Si hiciera memoria de mi mas recóndito pensamiento a los 14 años , encuentro con certeza recuerdos en los que en mi mente adolescente yo deseaba hasta el tuétano que me llegara la primera menstruación, hoy recuerdo con risas eso de que todas las chicas del salón ya habían tenido su menarquia y yo no, que ellas ostentaban sus caderas grandes y que para mi no había jean que ajustara a mis escuálidas caderas, mi cuerpo era tan delgado que era un anhelo para mi lucir el ultimo grito de la moda de los 90’s. En esa época los ceses escolares eran frecuentes en la escuela pública, y se convertían en el espacio perfecto para ir a la casa de una compañera y armar fiestas improvisadas a las 10 de la mañana al ritmo de merengues de Wilfrido Vargas, solo tomábamos gaseosa y comíamos pasa bocas de paquete, y nos retábamos a ser unos bailarines expertos. No habían muchas fotos para compartir momentos virtuales instantáneos , ni mucho menos filtros para nuestros rostros, nadie tenía teléfono celular y no estábamos ansiosos por obtener likes, nunca se nos ocurriría tomarnos fotos frente a un espejo, simplemente éramos solo nosotros y nuestro genial festejo, el único interés era esperar con ansias que nuestros padres revelaran el rollo de fotos de nuestros festivos y amigueros encuentros.
Momentos que se convertirían en las bases de una amistad para toda la vida, 21 años mas tarde seguimos frecuentándonos en nuestro pueblo natal.
Me debatía entre mi extensa niñez y mi fervoroso deseo de convertirme en mujer. Tuve la fortuna de ser niña por muchos años, podía estar horas enteras frente al televisor viendo maratones de Los cuentos de los hermanos Grimm, Oki Doki y De pies a cabeza. Una de mis mayores alegrías era estar en la sala repleta de juguetes con Johanna mi amiga de ” chocoritos “, los rompecabezas, legos, loterías, naipes, y en nuestros primeros años abundaban muñecas bebé para jugar a la mamá, muñecas de trapo, utensilios de cocina que llamábamos chocoritos eran los cómplices de nuestra niñez, de nuestros juegos sin parar.
Hasta que llegaron las muchas tareas-pesadilla del bachillerato, las clases de trigonometría, los centros literarios en español , los locos enlaces en clase de química y con ellas también los ojos curiosos y fascinados por los chicos de los colegios vecinos, y los ruegos a mi madre para que me permitiera ver Beverly Hills 90210 todos los domingos en la noche pues obviamente estaba super enamorada de Jason Presley.
también amé con locura intensa a todos los integrantes del grupo Menudo, y a los Backstreetboys , ya mis blusas requerían corpiños internos y en lugar de sentirme parte de la familia, mas bien me sentía como un tiro al blanco para mis padres. Era tan ingenua y ciega de los cambios de mi propio cuerpo y comportamiento que mi única fijación estaba en la espera del momento que sellaría mi paso de niña a mujer y ese estaría marcado por la llegada de mi primera menstruación.
Que me iba a imaginar yo que años mas tarde, eso que tanto deseé se convertiría en un calvario y que me produjera tantos inconvenientes, yo estaba muy lejos de pensar algo semejante, hasta que cierto día en mi deambular por la blogósfera navegando allí, navegando allá, me encontré con un cúmulo de historias femeninas en torno de la menstruación.
Uno de los testimonios que mas me impactó y que nunca voy a olvidar fue el de Elektra, una chica de 27 años, con diagnóstico de cáncer de ovario, en el que relataba que en algún momento de todo su proceso ella estuvo sin la menstruación por mas de 3 años, y como ella misma lo dice ; “Llegué al punto de extrañar la menstruación, deseaba mucho volver a sangrar, en ocasiones me soñaba haciéndome cambios de toalla , por que con todo y síntomas molestos, la menstruación es parte de mi “.
Elektra, extrañó hasta los huesos la menstruación, debido que al no tener sangrados, ella se sentía diferente y fue allí en la ausencia donde valoró la presencia. La menstruación es parte de nuestra naturaleza cíclica y de nuestra naturaleza sabia y parte de ese maravilloso y perfecto cuerpo que tenemos, menstruación para muchas de nosotras significa aceptarnos en los cambios que experimentamos mes a mes, unos días solo quisiéramos desconectarnos, descansar y colocar el letrero de no molestar, también puede pasar que lloremos una vez al mes, y el resto de días estamos empoderadas, nos miramos al espejo y nuestro mejor amigo es el labial rojo y los tacones, así como para muchas significa conectarnos con nuestra fertilidad y abrirnos a ser seres dadores de vida.
Era una cálida mañana de enero, de esas en las que el aire del ventilador en estos entornos ribereños sale como un fogaje agobiante, sin importar que sean las 6 de la mañana y el día apenas despunte. Yo estaba atribuyéndole la oleada que sentía al clima inclemente y me desperté con una gran sensación de calor en mi interior, sudaba a cántaros y me sentía inflamada, pero eso no impediría que yo tomara mis sagrados minutos de recarga de baterías, en soledad y silencio en las primeras horas de la mañana.
Bastaron unos pocos minutos para darme cuenta que estaba sangrando, respiré conscientemente y después de 9 tranquilos meses, bienvenida de nuevo. No la extrañé , como le sucedió a Elektra, pero supe que esa llegada marcaría una vez más, una nueva etapa en mi vida.