La brisa era impetuosamente deliciosa, el sol salía como una candente caricia, mis pies descalzos se relajaban con la arena y jugueteaban con ella, las olas refrescaban mis tobillos y en su ir y venir se abría paso el sentimiento de plenitud que me produce el mar. Minutos mas tarde en medio de este éxtasis, pienso en el fondo del mar y su multitud, descubro el temor que me produce su profundidad y tal como las olas, surgen emociones en mi a modo de vaivén.
Comparo el vaivén de las olas con el corazón y su dinámico fluir de emociones. Así como una ola no es igual a otra, tal cual sucede en el corazón, existen un sinnúmero de movimientos en su infinita gama de emociones y contrastes. Aún con sus diferentes matices, existe algo que es constante, algo que prevalece y lo invade, eso es la abundancia de amor e ilusión.
Tanta es esa abundancia que sin importar si reside en el fondo o en la superficie del corazón, es capaz de hacerse notar a donde quiera que vayas, con quien estés, no le importa si le das permiso para mostrarse; incluso es tan fuerte esa habilidad del corazón que algunas veces simplemente te domina y te lleva a estados que nunca habías experimentado, estados que no necesitan ser publicados en una red social , ni necesitan un gran número de “me gusta”, estados que te impregnan el alma y te hacen ser tu mejor versión. No cabe duda que el corazón se la juega para transfigurarte y envolverte en su arte de amar. Se hace evidente en tu semblante, en tus palabras , actos y hasta en tu risa. Hablo de semblantes delatores y recuerdo inmediatamente a Catleya, ella es de esas amigas que llevan 50 primaveras cultivando muy bien su jardín y como si fuera poco, poseen un afinado radar de estados.
— ¿Que te hiciste ? ¿Acaso uno de tus famosos spas faciales ? Pregunta ella.
–Si siempre. ¿Por qué ? Respondo.
–¡Te ves radiante¡ ¡Parece como si hubieses tenido mi sagrado día¡
–” Mi sagrado día ” ¿Qué es ? Cuéntame de que se trata.